Cada verano, la solidaridad vuelve a ser protagonista en Campo de Criptana. Este año, cuatro familias de la localidad, las de Mª Mar Olmedo, Gonzalo Panadero, Trini Guerrero y Ana Mª Martínez, han abierto sus casas a Mohamed, Fadel, Malyuba y Jatri, cuatro menores saharauis que participan en el programa Vacaciones en Paz, una iniciativa que permite a niños procedentes de los campamentos de refugiados en Tinduf pasar los meses de verano en España, lejos de las altas temperaturas del desierto y en un entorno seguro.
Una experiencia que transforma a todos
Trini Guerrero, quien lleva once años acogiendo, confiesa que fue su hija Nayara, hija única, quien la animó a dar el paso. “Lo había escuchado muchas veces y tenía muchas ganas. Ella me impulsó y no me arrepiento: es una experiencia que todo el mundo debería vivir”.
Gonzalo Panadero, por su parte, vive su octavo verano como familia de acogida. “Desde pequeño quería acoger a un niño. Recuerdo que en el pueblo había muchas familias que lo hacían. Ya de adulto, un amigo me habló del programa y hasta viajé a los campamentos. Desde entonces, cada verano ha sido muy enriquecedor; no solo por lo que compartes en esos meses, sino por la relación que mantienes después, también con sus familias”.
Mª Mar Olmedo, que acoge a Jatri por tercer año, recuerda que la idea le rondaba desde joven: “Siempre me llamó la atención la situación de los niños en los campamentos, pero mi padre me decía que ya éramos muchos en casa. Hace cuatro años conocí la asociación Vacaciones en Paz por redes sociales y decidí lanzarme. Ahora mis hijos y Jatri comparten juegos, aprendizajes y una convivencia que nos enriquece a todos”.
Ana Mª Martínez se estrenó este año. Su motivación también vino de su hija: “Ella siempre decía que podíamos ayudar a alguien. Contactamos con la asociación y nos lanzamos. Es impresionante ver cómo se conforman con lo más sencillo: ver la tele, salir al parque, compartir momentos en familia. Todo les hace felices”.
¿Un verano “a cuerpo de rey”?
Algunas voces cuestionan si esta experiencia podría resultar contraproducente para los niños, que regresan a sus duras condiciones en los campamentos. Las familias lo tienen claro: “Ellos vienen felices y se van igual de contentos, con la maleta llena de material escolar para todo el año. Para ellos son unas vacaciones, pero su hogar sigue estando en el Sáhara, con su familia. No echan de menos España porque su vida está allí”, explica Trini.
La relación no termina cuando acaba el verano. A través de videollamadas y del “correo solidario”, las familias mantienen el contacto durante todo el año, enviando mensajes, paquetes y celebrando cumpleaños a distancia.
Cómo acoger: un proceso sencillo
El programa Vacaciones en Paz está coordinado en la comarca por la asociación de Alcázar de San Juan. “Cualquier familia interesada puede ponerse en contacto a través de redes sociales, teléfono o WhatsApp. El papeleo es básico y rápido. No se exigen requisitos específicos: basta con conocer la situación de los menores y tener la voluntad de acoger”, aclara Gonzalo Panadero, miembro de la asociación.
Una llamada a la solidaridad
La participación ha descendido en los últimos años, especialmente tras la pandemia. “Antes veías muchos más niños saharauis en Criptana. Ahora cuesta encontrar familias interesadas”, reconoce Gonzalo. Aun así, todos coinciden en que merece la pena: “Verles sonreír, adaptarse, aprender el idioma, descubrir otra cultura… Es impagable. Son niños muy inteligentes, aprenden todo rapidísimo”, cuenta Mª Mar.
El programa también se enfrenta a otro reto: la falta de visibilidad. “Hay familias que se interesan, pero dudan. Falta difundir más lo que hacemos y transmitir que, aunque haya un periodo de adaptación, la experiencia es muy positiva”, añade Ana Mª.
Rompiendo barreras y prejuicios
No siempre todo es fácil. Las familias reconocen que en ocasiones perciben actitudes racistas: “En general, familiares y amigos los acogen con cariño, pero en la calle a veces notas rechazo. Incluso han sufrido comentarios racistas en parques y piscinas. Por eso es importante alzar la voz: son niños como los nuestros, con las mismas necesidades de jugar y relacionarse”, defienden.
A pesar de todo, en Campo de Criptana sigue habiendo lugar para la solidaridad. Este verano, junto a los cuatro niños saharauis, también han llegado dos menores ucranianos, recordando que la acogida es una ventana de esperanza para quienes viven en contextos difíciles. Como resume Trini: “Ver su sonrisa compensa todo. Es una experiencia que te cambia la vida”.