Existe un vicio en el ser humano que supongo inevitable, pero que a veces da mucho coraje. Entiendo que con los vicios de comportamiento, cuando no tocan la agresividad o la mala educación, hay que ser tolerante, así que, cuando nos toca soportarlos, pues hay que aguantarse, pero aquí una tiene una tribuna desde la despotricar un poco, así que la voy a utilizar.
A este vicio lo llamo «el vicio de lo siguiente». Me pregunto qué lleva a un ser humano promedio a preguntarle a una recién parida primeriza, que apenas si se está acostumbrando a ser responsable de otro ser humano, y después de un parto de diez horas, para cuándo la parejita. Esto podría ser una salida de tono puntual, extendida pero puntual, si no fuera porque tiene precedentes. Esa recién parida ha tenido que soportar, mucho antes, que le preguntaran de qué iba a trabajar, cuándo les iba a presentar a un novio, para cuándo la boda y para cuándo ese bebé que acaba de salir por su cuerpo cuando ya le piden otro. Por lo que sea, cuando las personas nos quedamos sin saber muy bien qué decir, nos ponemos exigentes con el futuro de los demás.
Esto está normalizado en la vida hasta límites que me resultan incomprensibles y toca todos los terrenos. Para los otros nunca hemos alcanzado nuestra cima y siempre nos queda algo por hacer. Es difícil que te dejen regodearte un minuto en un éxito momentáneo, porque ya te están preguntando por lo siguiente como si fuese obligatorio que lo hubiera. En los oficios artísticos, que son especialmente precarios, da un poquito de risa agotada algunas veces. La cantidad de veces que te dicen que qué te queda por hacer después de un éxito, o te dicen que lo siguiente «tiene que ser» tal o cual cosa que sabes que te pilla muy a trasmano, es alucinante. Dan ganas de contestar que has llegado a lo que sea que has llegado con la lengua fuera y vivo de milagro, después de pegarte muchas leches, de equivocarte muchísimo, de fracasar estrepitosamente e, incluso algunas veces, de arruinarte. Pero ahí estás, preguntándote si ese logro ha valido la pena después de tanto esfuerzo y con ganas de responder al espontáneo: pues mire, lo siguiente es dormir, porque es en lo único que de verdad puedo pensar una vez he llegado hasta aquí.
Hay épocas de mi vida en las que sólo puedo decir: estoy tan cansada. De verdad, no puedo mirar hacia el futuro, deme usted quince días, un mes, y ya me inventaré algo que me desordene otra vez por dentro. Porque, dicho todo esto, entiendo que lo único que de verdad nos mantiene vivos es hacer planes, y que sin ellos la vida pierde todo su brillo y su color. Eso sí, planes que nos hagamos nosotros con las condiciones que queramos nosotros, porque es la única forma de disfrutar los pasos. Imposible es hacerlo si nos obligan los demás.